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ESTAMOS LLAMADOS POR DIOS CON NOMBRE Y APELLIDO

Amados hermanos en Cristo, Viendo esta catedral llena de obispos, sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas de todo el mundo, pienso en las palabras del Salmo de la misa de hoy: «Que las naciones te glorifiquen, oh Señor» (Sal 66). Sí, estamos aquí para alabar al Señor, y lo hacemos reafirmando nuestra voluntad de ser instrumentos suyos, para que alaben a Dios no sólo algunos pueblos, sino todos. Con la misma parresia de Pablo y Bernabé, queremos anunciar el Evangelio a nuestros jóvenes para que encuentren a Cristo y se conviertan en constructores de un mundo más fraterno. En este sentido, quisiera reflexionar con ustedes sobre tres aspectos de nuestra vocación: llamados por Dios, llamados a anunciar el Evangelio, llamados a promover la cultura del encuentro.

DECÁLOGO VOCACIONAL

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No todos los criterios que se indican deben darse a la vez en ti. Tampoco es necesario que se den con mucha intensidad. Basta con que sientas que "algo así" te está ocurriendo:  No necesitas una evidencia o una seguridad total. Para este momento de la decisión no la precisas. Con tener una conciencia recta y bien informada, no necesitas más de un 51% de razones para decidirte.  Los ejercicios de búsqueda vocacional hechos hasta ahora te llevan, en general, a iguales o parecidas conclusiones.  A medida que te clarificas vas encontrando paz interior, libertad, gozo, ser tú mismo... Al decidir no te mueve ni la angustia, ni el agobio, ni tam­poco la euforia que suele ser muy mentirosa.  Has elegido las "preferencias de Jesús" y te sien­tes agradecido y humilde.  Has entendido que tu decisión centra y orienta tu vida y te ayuda a entender tu pasado y tu pre­sente como una historia conducida desde siem­pre por el Señor, tu Dios. 

¡TÚ, SÍGUEME!

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Más que con fórmulas o tradiciones, más que con ritos, la experiencia de la fe es seguir a Jesús. Dejar de un lado las seguridades y los intereses personales y apostar toda la vida en una fuerte relación con Jesús. Siguiéndole. Viviendo con Él, a su manera. Yendo a donde Él nos lleva. Quiero seguirte. Estar contigo, Dios mío, de día y de noche. Cuando me siento fuerte y cuando no puedo nada. Dejarme conducir por tu Palabra. Llevar tu amor a los que nadie quiere amar.

VENGA, VOLVAMOS AL SEÑOR

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Caminé, durante mucho tiempo, con el corazón disperso por una parte y por otra. En placeres que no me satisficieron, puse mi deseo de felicidad en relaciones que no me dejaron crecer. Acumulé heridas y decepciones. Esta es la hora de volver al Señor. Esta es la hora de aprender de Él el camino para una vida más plena, más feliz. Quiero volver a ti, Dios de amor. Quiero de nuevo darte espacio en mi vida Quiero recuperar de nuevo tus palabras de sabiduría y de esperanza. Quiero que mis días estén de nuevo llenos de luz.  Editorial CCS

PONTE EN CONTACTO CON ÉL...

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Bienaventuranzas para ser Santos

Bienaventurado si, en aquello que haces, no eres negativo: verás que hay muchas cosas positivas en ti. Bienaventurado si, en lo que realizas, eres inconformista: porque experimentarás que la mano de Dios te empuja a superarte a ti mismo. Bienaventurado si, en tu camino, no vives de espaldas a los demás: comprobarás que Dios te rodea con gente que te quiere. Bienaventurado si, en lo que piensas, no buscas solamente tu beneficio personal: alcanzarás felicidad promoviendo el bienestar de los demás. Bienaventurado si, allá donde trabajas, vas al fondo de las cosas: porque contribuirás a perfeccionar la creación del mismo Dios. Bienaventurado si, en las pequeñas cosas de cada día, te mejoras y potencias a los demás: descubrirás que la santidad se talla con pequeños golpes. Bienaventurado si, aún mirando al cielo, eres consciente de que tú puedes hacer algo por la tierra: te dará satisfacción el sembrar el amor de Dios en medio de los hombres. Bienaventurado si, observando el mundo que te ro

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS

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Una vez un catequista preguntó a un niño qué era un santo. El niño, antes, estando un día en la iglesia, preguntó a su mamá qué eran aquellas figuras que veía en las vidrieras de la iglesia y que brillaban tanto cuando salía el sol. Su mamá le había dicho que eran santos. Y ahora el niño contestó al catequista con rapidez y precisión: Un santo es un hombre por donde pasa la luz. Preciosa definición. Eso son los santos: seres transparentes, espejos de la luz de Dios, que se purifican constantemente para captarla mejor y reflejarla más perfectamente. Esos son los santos: los grandes amigos de Dios.